domingo, 19 de julio de 2020

Entrevista a Cármen Pérez: ¿Cómo fueron las últimas horas de Roberto Bolaño?

Escribe Mónica Maristain: "La catalana Carmen Pérez fue la última pareja del escritor Roberto Bolaño. La compañera que permaneció a su lado durante los últimos seis años de su vida y quien lo acompañó al hospital el día de su muerte". Por acá un fragmento de la entrevista que le realizó para su libro El hijo de Míster Playa (Almadía, 2015), respondiendo a la pregunta de ¿Cómo fueron sus últimos días?.

_____________

"Él llegó de Sevilla el 28 de junio. Lo fui a buscar al aeropuerto. El domingo por la tarde regresé a Barcelona para buscar a mi hija que estaba con su padre. Es en la mañana del lunes 30 de junio cuando me llamó para pedirme que lo fuera a buscar porque se sentía mal, había tosido sangre. Él había tenido un episodio similar dos meses antes y no lo había querido solucionar, porque se le pasó y ya, algo que hacemos todos. Lo fui a buscar inmediatamente porque él tenía várices esofágicas y sabía que eso podía ser letal. Roberto tenía una tos persistente, se había constipado un poquito, hacía mucho calor, lo cual no era bueno para sus várices, pues la alta temperatura produce, como todos sabemos, dilatación e hinchazón en todo el cuerpo... Total que fui a Blanes a buscarlo, había estado haciendo algunos trámites con Carolina y ese día también había terminado El gaucho insufrible y lo quería presentar a la editorial. Le dije: “Lo imprimimos en Barcelona pero nos vamos ya”. Lo único que yo quería era llevarlo al hospital. Pero él decía que estaba bien. Tenía mala cara, pero también era cierto que había dormido muy poco, casi nada. El día anterior había estado con su hijo Lautaro, le preparó unos macarrones, pero a la mañana lo devolvió a casa de su madre pues estaba consciente de que tenía que bajar a Barcelona. Aunque lo primero que quería hacer Roberto era entregar El gaucho insufrible y luego ir al hospital. Cuando llegué y no lo vi tan mal, pensé: “Mmm, mal, aquí no movemos ficha”. En fin, nos vamos a Barcelona, fuimos a comprar algunas cosas, llegamos a casa, imprimimos El gaucho insufrible y cuando le quise dar el disquete, me dijo: “No, lo guardas tú”. Y fue así como ese disquete quedó en mis manos. Luego fuimos a la editorial, lo dejé allí durante más o menos dos horas y cuando pasé por él resulta que no quería ya ir al hospital. Pensé en un momento en hacerlo bajar del auto e irme, porque la situación me había hecho enfadar, pero vi que no era la solución. Entonces, nos fuimos a Blanes. Paramos en una de esas áreas de servicios de las autopistas que nos encantaban a él y a mí. Nos tomamos un bocadillo de tortilla de patatas y enfilamos para su casa, donde lo dejé. Yo debía retornar a Barcelona para atender a mi hija, aunque no lo tenía del todo claro en ese momento. Me quedé muy inquieta y llamé entonces a una amiga para que se hiciera cargo de mi hija. Mientras hacía todos esos trámites, se asoma Roberto por el balcón y me dice: “Carmen, cuando llegues a casa llámame porque estoy sin saldo”. Y fue cuando me dije: “No me voy, no lo dejo así y sin teléfono”. Subí. Eran las once de la noche y estábamos los dos muy cansados. A eso de las dos y media de la madrugada me despertó para decirme que necesitaba comer. Es cierto, no había metido bocado desde la tarde y eso le producía hipoglucemias. Le insistí para ir al hospital porque mi sospecha era que estaba tragando sangre, pero se empeñó en cocinar un arroz. Al primer bocado, sobrevino un vómito de sangre impresionante y por supuesto fue ahí cuando decidió ir al hospital. Tuvo tiempo de poner música, la canción “Lucha de gigantes”. Tuvo tiempo de ducharse y creo que él pensaba que con todos esos gestos alejaba la enfermedad, aunque en realidad hacía todo lo contrario. “Lucha de gigantes”, que además la ponía muy a menudo, fue la última canción que escuchó en su vida. Mientras él se duchaba recogí dos o tres cosas, le decía que se diera prisa... En un momento pensé en llamar a la ambulancia, pero conociendo a Roberto concluí en que era una pésima idea, así que lo llevé en mi automóvil. Recuerdo la autopista vacía y mi pequeño coche que hacía frente como podía a un gran viento que soplaba en contra. Finalmente, llegamos al hospital a eso de las cuatro y media de la mañana. Aparcamos, subimos una cuesta que hay hacia la entrada de Urgencias y de pronto lo miré: se mostraba tranquilo, digno y elegante. De repente me tomó la mano y me preguntó: “¿Cómo estás?” Mientras esperábamos a los médicos, terminé yo sentada en la camilla, él en una silla contándome esos chistes malos que contaba. El famoso chiste malo que contó en Sevilla me lo volvió a contar ahí. Creo que era su manera de alejarse de la situación que estaba atravesando y yo, obviamente, estaba histérica aunque intentaba de no expresarlo. Estuvimos unas cuantas horas en Urgencias. Pasé la noche con él hasta que en la tarde del día siguiente fue pasado a la Unidad de Sangrantes. Su médico, Víctor Vargas, estaba afuera de la ciudad. Cuando llegó es que deciden pasarlo a la Unidad de Sangrantes, donde no había camas y donde él no quería ir. Estaba bien en Urgencias, donde una médica cuyo nombre no recuerdo y quién sabe si la reconocería ahora al verla, nos trató maravillosamente. Lo cuidó, me cuidó. Esa noche, Roberto le preguntó: “Doctora, yo no saldré de este hospital, ¿verdad?” Y la médica le dijo: “No, no, vamos a hacer que usted salga, por supuesto, Roberto, usted saldrá de este hospital”. Lo cierto es que Roberto no quería ir a la Unidad de Sangrantes porque entre otras cosas no iba a poder tener gente a su lado. Mientras estuvimos en Urgencias, pude estar toda la noche junto a él, luego me sustituyó Carolina y también se pudo quedar. Estaba muy mal, pero hasta el último momento esgrimió su pudor. No quería que la enfermera lo tocara, no dejaba que nadie extraño se acercara demasiado a él. Cuando fue presa de sondas y tubos, creo que se hundió definitivamente. Cuando lo llevan a la Unidad de Sangrantes fue la última vez que lo vi. Me entregó sus gafas y ahora, visto a la distancia, creo que en ese momento Roberto ya era un moribundo. Sólo ahí y no antes como han querido decir muchos, él vio la muerte a su lado. Roberto siempre apostó por la vida. Sabía que podía morir, claro, pero también sabía que podía vivir. Tenía unos hijos, se debía a ellos y ellos eran lo más importante para él. Por otro lado, no es cierto que se pone a escribir 2666 como reaseguro económico para sus hijos y vislumbrando la muerte. Ésa es una novela que la escribe o la escribe. La iba a hacer de cualquier modo".

No hay comentarios:

Publicar un comentario